LA OPINIÓN DE LOS EXPERTOS

El referéndum de París sobre los patinetes

El referéndum de París sobre los patinetes | Pexel
Javier Olave, Asesor de contenidos de Ponle Freno
 |  Madrid | 07/02/2023

Suena extraordinariamente bien que lo que tiene que pasar en una ciudad se les pregunte a los ciudadanos. Todo lo que sea votar suena a Democracia y parece muy razonable que los ciudadanos voten lo que quieren que pase en su ciudad. Pero no es así.

Es un error. La Democracia es elegir a quien debe dirigirnos cada cuatro años, para que el gestor electo, supuestamente mejor informado, asesorado por especialistas y con una visión aparentemente más elevada, decida por nosotros.

Quien no esté de acuerdo, que piense en cómo sobrevivirían las minorías en una ciudad. ¿Sometemos a referéndum si se puede tener perro en las ciudades? ¿Sometemos a votación si el Metro debe ser gratis para el ciudadano? ¿Preguntamos la opinión general sobre si habría que prohibir correr por las aceras en las ciudades?

Es evidente que los dirigentes deben tomar decisiones, a veces impopulares, haciendo discriminación positiva de las minorías y conociendo parámetros desconocidos para el ciudadano: estadísticas, valoraciones sociales, ecológicas, técnicas, económicas…

Sacar a referéndum si los patinetes eléctricos de alquiler deben permitirse o no es un error. No se puede delegar a los ciudadanos una decisión que votarán sólo en función de simpatía o antipatía.

Es cierto que el patinete es un vehículo que es antipático para gran parte de la población. La mayoría de los que no nos desplazamos en patinete, incluso los que jamás nos hemos montado nunca en uno, tendemos a pensar que es peligroso y, sobre todo, muy molesto circulando por su lentitud, y aparcando por su “robo” de espacio en las aceras.

Pero la labor del dirigente, en este caso un alcalde, no es pasarles la tostada a los ciudadanos y así lavarse las manos en un caso polémico.

Lo que tiene que hacer un dirigente es regular. A los patinetes, nadie lo duda, les hace falta una regulación exhaustiva. ¿Casco? ¿Seguro? ¿Edad mínima? ¿Pueden circular por las Zonas 50? ¿Pueden aparcar en cualquier parte? ¿Homologarlos? ¿ITV? ¿Intermitentes? ¿Luces de freno y posición? ¿Tamaño mínimo de rueda? ¿Velocidad máxima? ¿Prestaciones mínimas? ¿Monoplaza? ¿Prohibición en aceras, parques y zonas peatonales? Y podríamos seguir…

Los que no usamos el patinete, igual que los que no tenemos perro, podemos caer en la tentación de pedir que se prohíba lo que no nos afecta.

Pero el patinete, que llegó como una moda y ha decidido quedarse en toda Europa -aunque con resistencias fuertes en algunos países como Holanda, ¡reino de la bicicleta eléctrica!- es un modo de transporte ecológico, barato y eficaz para desplazamientos cortos y urbanos. Para los jóvenes. Para los turistas. Para moverse en el barrio.

Lo que hace falta es una regulación valiente e intensiva. Lo que no puede ser es el caos actual y los agravios comparativos con otros vehículos. Hay que regular. Con estudios técnicos.

Y hay que convivir. Las ciudades son de todos. De los que tienen perro y de los que no tenemos. De los que usan el patinete, y de los que no lo usamos. No podemos echar de la ciudad a los que no viven como nosotros. Eso no es Democracia, aunque se pregunte la opinión a los ciudadanos para blanquearse. Si la alcaldesa de París cree que debe prohibir los patinetes eléctricos de alquiler, que lo haga. Que sea valiente y lo haga. Que lo explique con criterios técnicos, sociales, económicos o de seguridad vial. Que lo haga con criterios de movilidad y que lo explique.

Pero no podemos echar de las ciudades al que no nos es simpático… porque las ciudades no son de las mayorías, son de todos y cada uno de los ciudadanos. Los que tienen perro y los que no.