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Solo diez usuarios son responsables de la desinformación a gran escala en Twitter

Solo diez usuarios son responsables de la desinformación a gran escala en Twitter | Shutterstock
Levanta la Cabeza
   | 06/08/2024

Autores: Francisco José Pradana, Profesor de Comunicación y director de Postgrado, Universidad Europea and María Luisa Fanjul Fernández, Profesora en el grado de Marketing y el Máster de Emprendimiento Digital, Universidad Europea

Las plataformas sociales se han convertido en un punto de difusión de información clave en la era digital. También han facilitado la propagación de bulos, noticias falsas y contenidos de baja credibilidad. Un análisis profundo de cómo se generan y distribuyen localiza en un número muy reducido de usuarios la mayor parte del contenido de baja calidad que influye en la opinión pública.

Los responsables de la desinformación a gran escala: caso Twitter

De forma más concreta, un reciente artículo publicado en PLOS ONE sobre Identificación y caracterización de los superpropagadores de contenido de baja credibilidad en Twitter –Identifying and characterizing superspreaders of low-credibility content on Twitter– señala que la viralización de información de baja credibilidad está, además, íntimamente relacionada con los algoritmos de las plataformas sociales.

Estos algoritmos priorizan el contenido que genera más interacción: los “me gusta”, comentarios y compartidos.

Adicionalmente, el informe revela que, entre enero y octubre de 2020, más del 70 % de las publicaciones de baja credibilidad en Twitter provinieron únicamente de 1 000 cuentas. Especialmente llamativo resulta que un 34 % del contenido fuera creado por solo 10 usuarios. Aún así, estas publicaciones registraron más de 815 000 tuits.

Los datos analizados son anteriores a la transformación de Twitter en X. Con posterioridad, la red social eliminó un total de 2 000 cuentas bot. Sin embargo, la mayoría de la información de baja credibilidad persistió, lo que sugiere que fueron personas reales las responsables de su propagación.

Actualmente, estos contenidos cobran un papel protagonista en las redes sociales, observándose un impacto destacable en la opinión pública.

La rapidez con la que circula la información, la gran cantidad de datos existentes y la dificultad para contrastar su veracidad agravan la situación e incrementan la vulnerabilidad del público ante la desinformación.

Los superpropagadores, el epicentro del problema

Los superpropagadores, individuos capaces de “contagiar” a multitudes con contenido publicado originalmente por fuentes no confiables, se encuentran en el epicentro del problema.

Las últimas investigaciones apuntan a que los superpropagadores incluyen perfiles con un gran número de seguidores, medios de comunicación de baja credibilidad, cuentas personales afiliadas a esos medios de comunicación e influencers.

Normalmente, utilizan un lenguaje más tóxico que el usuario promedio que comparte información errónea. La naturaleza de sus publicaciones es fundamentalmente política y religiosa.

Noticias falsas vs. contenido de baja credibilidad

En este contexto, es necesario distinguir entre noticias falsas y contenido de baja credibilidad, conceptos relacionados que requieren un tratamiento distinto.

Las noticias falsas son informaciones diseñadas con la intención de engañar, desinformar o influir en la opinión pública. En este caso, los autores son conscientes de la falsedad de la información y buscan deliberadamente difundirla para cumplir con un propósito específico.

Por su parte, el contenido de baja credibilidad es un tipo de información que contiene errores, sesgos o es resultado de una mala investigación. No necesariamente se crea con la intención de engañar.

El contenido de baja credibilidad puede incluir información parcialmente correcta, rumores o noticias sensacionalistas. Generalmente, estas publicaciones exageran los hechos. Su objetivo no es otro que atraer audiencia.

El problema de la desinformación

En todo caso, tanto las noticias falsas como el contenido de baja credibilidad contribuyen a la desinformación.

En los últimos años se han realizado grandes esfuerzos para depurar las redes de contenido nocivo, si bien las estrategias usadas por los superpropagadores para engañar a los sistemas de criba continúan poniendo en jaque a las diferentes plataformas sociales.

Parte del problema radica en la presencia de cuentas que, aunque tienen poca credibilidad, disponen de dominios oficiales y están verificadas por redes como Facebook y X (antes Twitter).

Esta situación ha empeorado como consecuencia de la proliferación de bots y cuentas automatizadas que actúan como fuentes de difusión de información. Los bots amplifican las noticias en los momentos iniciales, dirigiéndose a los usuarios con más seguidores.

No obstante, no se puede obviar que la propagación masiva de este tipo de contenido se debe a los usuarios que comparten la información sin contrastar su origen. En gran medida, porque coincide con sus creencias.

De hecho, numerosos estudios han demostrado que un bulo se distribuye hasta diez veces más rápido que una información veraz. Lo que pone de manifiesto el desafío que representa combatir la desinformación en las plataformas digitales.

El futuro: inteligencia artificial y pensamiento crítico

Predecir el futuro de los superpropagadores es complicado. La inteligencia artificial, el aprendizaje automático y la monitorización y análisis de redes sociales se postulan como las mejores técnicas para frenar la viralización de las noticias falsas y contenidos de baja credibilidad. Pero, a priori, lo esperado es un afloramiento ilimitado de información cuyo origen resultará imposible de rastrear.

A este respecto, uno de los grandes retos radica en encontrar el equilibrio entre el pensamiento crítico y un entorno donde la desinformación se multiplica debido al inmenso poder de las nuevas tecnologías.

En esta línea, se observa un aumento de la inquietud creciente de los usuarios de las redes sociales por no saber discernir lo que es verdadero o falso. ¿Está perdida la batalla por la verdad?

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.