OPINIÓN

Nuestros recuerdos no aguantan un cambio de móvil

En junio pedimos a un millenial que nos contase su particular relación con el smartphone. Ahora queremos saber para qué sirve estar todo el día haciendo fotos: "Nosotros usamos la fotografía para comunicar, descuidando nuestra memoria para entregarnos a una memoria externa", asegura

Una persona graba con su móvil un concierto. | Shutterstock

Antes de las vacaciones de verano, Levanta la cabeza pidió a un millenial que reflexionase sobre su 'enganche' al teléfono móvil. Ahora hemos vuelto a citarle para que nos explique esa costumbre de fotografiarlo todo y cómo afecta a la memoria y los recuerdos:

Dicen los mayores que antes las fotografías eran una forma de recordar. Se iban de viaje, de boda, de bautizo, y se sacaban una foto, a veces dos o tres, y ahí terminaba el reportaje. Nacía el niño y le retrataban de tarde en tarde: su llegada, los primeros pasos, con los abuelos, disfrazado. Cuando las fotos eran un recurso mucho más limitado que ahora, nadie sentía pánico a solo vivir el momento y dejar correr alguna escena divertida, bella, única. Las fotos, dicen los mayores, eran crónicas que recogían los álbumes. Existía la posibilidad de que un amigo cercano, si vivía en otra ciudad o tardaba tiempo en pasarse por casa, nunca viera algunas imágenes. Tenía que ir a ver el álbum, tenían que poder enseñárselo. Era esta una forma de vivir el presente, se entiende de lo que dicen los mayores, donde todo era menos espectacular y más noticiable.

Sus recuerdos aguantan el tiempo, los nuestros nos aguantan un cambio de móvil. Nosotros usamos la fotografía para comunicar, aunque sea en detrimento del recuerdo. Me pasa con los conciertos. Llegan las canciones por las que me he decidido a pagar la entrada y no sé si grabarlas, aunque sea un trozo, o abandonarme a la experiencia. Puede que en algún momento quiera enseñar que estuve ahí, puede que en ese momento quiera plasmar en Instagram que estoy ahí. El temor a que al día siguiente me levante con ganas de ver lo que viví, y no tenga a dónde recurrir, está ahí. Y si todo esto me ronda la cabeza es porque puedo hacerlo. No me va a costar ni esfuerzo ni dinero hacer una foto o un vídeo, no más del que haya pagado por el móvil, y puedo hacer prácticamente todos los que quiera, que es algo que los mayores, se sabe, no podían. Lo único que me costará, a veces, es el momento. Porque se pueden sacar cien fotos de la primavera y disfrutarla, pero no se pueden vivir y retratar algunos momentos de belleza fugaz o espontaneidad.

Prestamos menos atención

Vale la pena pensar si merece o no la pena, y no es pollaviejismo. Hay estudios que demuestran que estar todo el día fotografiando o grabando eventos nos lleva a recordarlos peor. Nos abandonamos al móvil y prestamos menos atención. En otras palabras: descuidamos nuestra memoria para entregarnos a una externa. Lo dijo el exmiembro de Extremoduro, Robe Iniesta, cuando explicó por qué prohibía el uso de móviles en su gira Bienvenidos al temporal: “Es el presente, y si lo estás grabando, te lo estás perdiendo”.

Dice mi abuelo que esta obsesión por la cámara demuestra que, hasta hace poco, había un deseo latente pero insatisfecho. El deseo de los mayores. Él, de haber nacido ahora, seguramente sería igual que nosotros. Desde hace años lleva una cámara de vídeo a sus viajes con mi abuela y graba secuencias larguísimas donde comenta qué es lo que están visitando y el itinerario del día. Hace de reportero para ellos mismos. Luego, ya de vuelta en Madrid, lo monta para verlo de vez en cuando con mi abuela. Quizás con algún hijo, quizás con algún nieto.

Puede que vayan por ahí los tiros y que la llegada de las nubes y las memorias infinitas demuestren que, si nos fuera posible, grabaríamos nuestra vida entera, aunque fuese para poder decidir no verla. Nos da miedo, y es normal, a que nos pase como al personaje interpretado por Anthony Hopkins en El padre, cuando es consciente de su alzheimer y rompe a llorar porque siente que está perdiendo las hojas de sus ramas, el viento, la lluvia. Perder. Puede que esa posibilidad de tener un plan B, para cuando falle la memoria, se esté llevando la vida a otro lado, uno que todavía no sabemos si es mejor o peor.

Porque la cámara reduce el riesgo a no recordar: con ella hay, seguro, algo a lo que volver, aunque el coste sea vivir pasivamente un momento irrepetible. La cámara permite comunicarse mejor: con ella hay, seguro, alguna imagen del modo ráfaga que valdrá más que mil palabras, aunque el coste sea vivir pasivamente un momento irrepetible. La cámara sirve para demostrar que se estuvo ahí y que se hizo aquello: la galería del móvil como documento internacional de experiencias. Pero aún así pienso en ese verso de César Vallejo que habla de guardar un día para cuando no haya. Y supongo que para eso, a veces, no vale con vivir en diferido.

[Dani Dols es periodista del área de creación de contenidos de la empresa de transformación Prodigioso Volcán]

Levanta la Cabeza
  Madrid | 24/09/2021
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