INFORME
La huella digital de los menores no solo depende de ellos
La mayoría de progenitores no se arrepiente de subir imágenes de sus hijos a redes sociales y no está entre sus primeras preocupaciones que los menores faciliten datos personales online
A veces los datos reducen el nivel de alarma que provoca el uso abusivo de los dispositivos tecnológicos. Hemos sabido ahora que las familias españolas no son mucho de sharenting, esa práctica de padres y madres de compartir fotos y vídeos de los hijos en redes sociales. Al menos eso dice el el informe de EU Kids Online 'Las familias en la convergencia mediática: competencias, mediación, oportunidades y riesgos online': La mayoría de los progenitores españoles –el 95 %– sube imágenes de los menores solo para estar en contacto con familiares y amigos; y uno de cada cuatro padres asegura que pregunta a sus hijas e hijos antes de colgarlas en las redes. No es que estos porcentajes sean para tirar cohetes, pero entre las conclusiones del estudio, cofinanciado por la Unión Europea y el proyecto español SIC (Safer Internet Center Spain), los investigadores destacan que el sharenting “no parece muy extendido” en España: El 90 % de los padres españoles envían fotos de sus hijos una o menos de una vez al mes.
También es cierto que una inmensa mayoría –el 92 %– no se siente contrariado o arrepentido por compartir contenido de sus hijos. Hay padres y madres que se dedican a exponer en redes sociales la vida de los menores desde el nacimiento. Cuando son muy pequeños no hay posibilidad de información y consenso, los progenitores envían material a su antojo. “El desconocimiento y la indefensión es la situación habitual”, asegura el informe de EU Kids Online. Cuando los niños van creciendo y empiezan a tener capacidad de comprender y emitir sus propios deseos y juicios, los padres deberían solicitar su permiso para subir fotos o vídeos de su vida, que también es privada. Los menores también tienen derecho a la intimidad.
Huella digital y reputación
“La información, una vez compartida, permanece ‘indefinidamente’ en la red, pasando a ser de dominio público y es irrecuperable. Una imagen de un menor en un contexto cualquiera (como el vídeo o la imagen de una niña jugando y divirtiéndose en la playa) puede ser fácilmente manipulada y ser usada para otros fines, como los fines comerciales. Simplemente es suficiente con que el servicio online que se ha utilizado tenga adquiridos los derechos de autor sobre estas imágenes y/o vídeos”, explican los investigadores de EU Kids Online.
Hasta los 14 años, los niños no pueden legalmente decidir por sí mismos su presencia en redes sociales. A partir de esa edad, pueden abrirse perfiles sin el consentimiento de sus progenitores. La realidad es otra. Muchos menores de 14 años manejan sus propias redes y la edad para tener el primer teléfono inteligente ha disminuido y hay niños y niñas que con 10 años ya se desenvuelven solos con aplicaciones sociales.
Toda esa huella digital conforma su identidad en las redes. Como reconocía esta semana en Levanta la cabeza la psicóloga Alicia Banderas, la reputación digital responde a esta fórmula: ‘Lo que escribes sobre ti mismo y lo que cuelgas’ + ‘Lo que escribes sobre los demás’ + ‘Lo que otros comentan o muestran sobre ti’. Todas esas publicaciones quedan ‘para siempre’ en internet y ese rastro puede afectar a esa persona cuando se haga mayor. “La huella digital es la nueva hipoteca de los más jóvenes”, explica María Lázaro, autora de ‘Redes sociales y menores. Guía práctica’ (ed. Anaya Multimedia).
Listado de preocupaciones
En el estudio también se establece un listado de preocupaciones de las madres y padres respecto a sus hijos. Las principales preocupaciones son que un desconocido se ponga en contacto con su hijo/a, el rendimiento escolar y que otras personas les traten de una forma desagradable. Tal y como refleja el informe, el 40 % de los jóvenes admite haber conocido a personas a través de internet. Se da la circunstancia que mientras más del 80 % de estos jóvenes se mostraba satisfecho con esos encuentros, los adultos tienden a demonizar estos contactos y a vincularlos con el grooming, formas delictivas de acoso que implican a un adulto que contacta con un niño/a o adolescente con el fin de ganarse su confianza para luego involucrarle en una actividad sexual, tal y como lo define Save the Children. Entre la socialización a través de internet y las conductas delictivas de ciberengaño hay un trecho.
En la parte baja de situaciones que provocan intranquilidad en los progenitores se sitúan sus actividades sexuales, el consumo de alcohol y drogas y dar información personal online. “Padres y madres suelen subestimar algunos riesgos o situaciones con contenidos potencialmente dañino a las que sus hijos o hijas dicen enfrentarse”, asegura el informe, que ha preguntado a padres y madres de 19 países.
Subestimar el acoso online
Otra cosa es el acoso online entre menores. Los responsables de EU Kids Online están sorprendidos de cómo los progenitores subestiman los casos de bullying cuando uno de cada seis chicos y chicas dicen haberlo sufrido con mayor o menor frecuencia. Muchas familias ven este acoso como no muy frecuente “y probablemente poco realista”. “Quizá restando trascendencia a cuestiones que los niños y niñas sí consideran molestas, las familias subestiman las situaciones desagradables o incómodas que afectan a sus hijos e hijas más pequeños, que además parecen ser los más vulnerables a estas situaciones de daño”, comenta el informe.
En esta línea, el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE), dependiente del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, acaba de lanzar la campaña #StopAbusoMenores para concienciar sobre la necesidad de proteger a los menores y adolescentes en internet y frenar el abuso y la explotación sexual implicando a familias, escuelas y entorno social.