CAMBIO DE HÁBITOS
Enganche y alivio: Relato de un smartphone en la realidad confinada
Durante el encierro, este pequeño objeto se ha convertido en transmisor de vida, de penas, alegrías, sorpresas, chascos, buenas noticias y decepciones. Esta es una historia real, con toques de ficción, que muestra como el teléfono móvil es ya un compañero insustituible
7:30 AM. El teléfono móvil está en silencio y con la energía por los suelos. Igual que mi cerebro. Muevo la mano hacia la mesilla. Lo apoyo en la almohada y lo oriento hacia mis ojos. Cuatro mensajes en WhatsApp, dos notificaciones en Twitter. Antes de nada, abro la web del periódico para buscar una buena noticia en ese rataplán de datos que se actualizan cada día sobre el número de contagiados, fallecidos y curados. Con el coronavirus me acuesto, con el virus me levanto. Un bostezo y a estirar cinco minutos.
El smartphone es una parte más de mi cuerpo, un apéndice que viaja conmigo día tras día, del dormitorio a la cocina, del salón (oficina de teletrabajo) al cuarto de baño… menos mal que no me da por mirar la aplicación de salud, esa que te dice los pasos que has recorrido durante la jornada.
8:00 AM. Sí, a la ducha también me acompaña. Un poco de música o algo de información. He ahí la cuestión. Depende de cómo me levante. Si el pico de la curva va quedando atrás, apuesto por las noticias, por la opinión de los tertulianos. En caso de que la vida siga paralizada sin mucha expectativa, un poquito de música para animarme.
Todo el día buscando el cargador. A veces hablo solo. “¿Dónde te has metido, maldito roedor?” El cargador de larga cola juega al despiste. Voy a tener que inaugurar una rutina, dejar el cargador todas las noches antes de acostarme en el mismo sitio, encima de la taza del váter. Seguro que esta vez no lo pierdo.
8:30 AM. Mientras termino el desayuno, hago la primera incursión en el WhatsApp. Me he convertido en vidente: sé que al abrir la aplicación de mensajería instantánea habrá un saludo familiar, un mensaje de un colega haciendo referencia a alguna conspiranoia y otro meme cachondo. El de hoy tiene que ver con los días de recogimiento religioso: un tipo ha hecho una ensaladilla rusa decorándola como si fuese un paso penitente. Pimientos de piquillo a modo de cofrades, espárragos como si fuesen cirios… Madre mía. Un ‘buenos días’ con emoticonos para la familia y a desayunar mientras sigo escuchando la radio en el móvil.
Desde que se decretó el estado de alarma, me he reído hasta llorar con alguno de esos vídeos divertidos que se viralizan. Y he llorado viendo al personal sanitario despedir a un paciente. El desayuno es el momento de repasar las redes sociales. En la mesa ya no faltan las tostadas, la taza… y el móvil.
Mar Abad, periodista y cofundadora de la revista Yorokobu, admite que con su móvil saca la cabeza al mundo. “Tengo una constelación de apps de medios internacionales que miro cada día. Antes no lo hacía tanto. Lo hago ahora porque, curiosamente, aunque estemos encerrados en casa, la pandemia del coronavirus ha sido el acontecimiento histórico que más me ha hecho sentir ‘ciudadana planetaria’. Más que internet. Esto sí que es un asunto global, un asunto de todos”. Miembro del Comité de expertos de Levanta la cabeza, Abad explica que su smartphone ahora también es su radio,“no quiero perderme un informativo a la hora en punto”.
9:15 AM. A 'telecurrar'. Creo que es el momento del día en que menos caso hago al móvil. Ya me entretengo con otra pantalla más grande, la del ordenador. He decidido bajarle el volumen. Otras veces silenciarlo de verdad. Sabe que tengo que amordazarle porque si no me volvería loco. Bastante es que tenga que controlar la aplicación de videollamada para reuniones, el Hangouts para conversaciones rápidas, el procesador de textos, Google… Durante la jornada laboral me he propuesto darle la vuelta. Nunca cumplo mi palabra. Cada dos horas lo toco y veo que la actividad sigue: un mensaje sobre a quiénes aplaudiremos hoy, un vídeo con el top 5 de las canciones de la cuarentena, un meme con una niña harta del confinamiento, un aviso de un familiar con el artículo de un economista sobre la reconstrucción económica. Uff. Lo siento, tengo que darte la vuelta otra vez.
Mario Tascón, director de Prodigioso Volcán –empresa de transformación que ofrece soluciones innovadoras de comunicación– y miembro del Comité de experto de Levanta la cabeza, aporta algo de sensatez: “El móvil es un alivio más que una locura. Hay que usar sistemas de desconexión automática. Yo he optado por ponerme unos tramos horarios en los que solo dejo que entren las llamadas de números familiares y los mensajes”.Tascón reconoce que ha aumentado mucho el uso del WhatsApp porque es donde está parte de mi familia y amigos y es necesario mantener el contacto con ellos, “aunque me estoy arriesgando a que se me llene el móvil de vídeos y audios horribles, casi nada de fake news, por cierto”.
02:00 PM. Pongo el directo de los telediarios. Los personajes que comparecen son ya como de la familia. Sus atriles me los conozco al dedillo y la pantalla donde antes aparecían preguntas y ahora caras de periodistas animan la sesión. ¿Y si hago unas torrijas? Echo un vistazo a las recetas en YouTube. Hay tantas que decido posponer los fogones. Además, tendría que bajar a comprar una barra de pan y hoy no tocar bajar. La sobremesa es para mirar Instagram. Me he dado cuenta de que no lo suelto, que llevo el smartphone de estancia en estancia. En el bolsillo del pantalón, colgado, sujeto en la mano. Qué empalago de relación. Mira, otra persona mayor dada de alta. Qué emoción. Son vídeos caseros, grabados por un familiar o una enfermera. Silla de ruedas, mascarilla y aplausos. Gracias teléfono, casi todas las noticias buenas me las traes tú. Vuelvo a Instagram. Allí están lo amigos, los de siempre y los que se han ido incorporando a mi vida. Hay fotos antiguas. En momentos de shock colectivo, a la gente le gusta recordar cómo era de niño.
04:00 PM. Vuelta a la oficina portátil. En el ordenador se abren las ventanas, las pestañas. A mi lado se enciende la pantalla del móvil. No todo va a ser agobio. Hay buenas noticias, un amigo que llevaba días con fiebre alta parece que empieza a mejorar. Me toca contárselo a otros conocidos. Tengo media docena de grupos con bastante actividad.A media tarde me preparo un té. Mi hija me envía un vídeo de risa. Es increíble, está físicamente a menos de cinco metros pero el mensaje me llega vía móvil. “Te lo paso por el móvil para que tú lo puedas reenviar”. Claro. Vaya, una prima quiere felicitar a su novio y le pide a toda la familia y amigos una pequeña pieza para un vídeo grupal. Y yo en pijama.
19:00 PM. Toca videollamada con amigos. Tengo pensado limitarlas a una por semana. Creo que la haré los viernes. He leído las recomendaciones de una psicóloga para hacer un buen uso del smartphone en esta cuarentena: definir cuanto tiempo diario quiero dedicarle al teléfono, en qué momentos quiero usarlo, dejar el móvil en un lugar diferente al que estoy acostumbrado a ponerlo, no te sientas culpable por utilizarlo más de lo normal… Estamos en momento excepcional, raro, que lo ha trastocado todo. Mar Abad asegura que el móvil se ha convertido también en su bar. “Es donde veo a mis amigos. Hago videollamadas con varias personas a la vez. Incluso quedo a comer, puede parecer cutre, pero es bonito. Mi pareja y yo ponemos los platos encima de la mesa, apoyamos el móvil enfrente y hacemos una videollamada con amigos. Ellos están comiendo en su casa, con la cámara puesta también. Charla y espaguetis”. La periodista apostilla: “Ah, que no se me olvide, mi móvil es también mi nuevo estudio de yoga”.
20:00 PM. Aplausos.
21:00 PM. Por fin solos. Después de una cena ligera acabo tirado en el sofá. Veo un vídeo de cómo fabricar una mascarilla casera. Qué sencillo parece. Voy a terminar la serie que empecé ayer. Miro al reposa brazos y ahí está él, con su carcasa manoseada, su batería al 60 %. Entre capítulo y capítulo, veo si ha habido alguna novedad. Ahora todo se ha convertido en noticia, desde el ‘buenas noches’ de mi madre al penúltimo meme gracioso sobre el COVID-19. ¿Dónde está el cargador?Este relato de realidad-ficción se acerca (o no) al día a día de cada ciudadano confinado. Seguro que el de un adolescente sería aún de mayor intensidad, y menos estresante el de una persona mayor. Lo cierto es que el teléfono móvil es ahora mismo una herramienta insustituible en todas las casas, en cada vida. Un objeto de 14x7 centímetros convertido en transmisor de penas, alegrías, sorpresas, chascos, buenas noticias y decepciones. Unos le damos descanso durante el tiempo de trabajo, mientras comemos o cenamos. Para muchos, el teléfono móvil es lo primero que miran con atención y lo último que ven antes de dormir. Ahora vivimos pegados al móvil, entre el enganche y el alivio. Cuando la pandemia se controle y la nueva normalidad nos saque poco a poco a las calles, quizá busquemos un lugar sin cobertura.
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